viernes, 12 de diciembre de 2008

Escuchando mis sentidos

Érase una vez un niño. Vivía entre niebla y fantasía, entre lluvia y sueños. Se sentía solo, decía, clamaba. Su imaginación dibujaba princesas aladas de tez morena, piel tersa, pelo lacio y ojos rasgados que repartían besos, bonitas palabras, abrazos, susurros, voces de aliento, de ánimo: la perfección existía en el interior de su caja resonante. Aunque lloviese, aunque la tormenta avasallara la débil naturaleza musical de las notas que realmente emitía. Pero aquel niño ignoraba cierta premisa básica de su pentagrama vital. Yo, no sin arriesgarme al error, afirmo conocer que es aquello obviado. Él, ni más ni menos, yo creo asegurar, desconocía que su fantasía musical no era menos real que aquello que podía sentir con sus propias manos, que podía tocar con sus propios sentidos. Realidad, que no sueño, que al igual que sucede con el tacto, hay que educar. Educar, moldear para permitir así el satisfactorio reconocimiento de sensanciones. Reconocimiento, puntualizo, en ausencia de la vista, en asuencia del pensamiento puro, en ausencia de verdad. En presencia, eso sí, del sentimiento, en presencia del tacto de las palabras, el olor de las miradas, el sonido de las caricias. Sonidos multiplicados por dos, que a su vez se consuman en uno. Sonidos que el tacto es incapaz de dividir. Sonidos que la vista distingue unidos. Sonidos que el olfato capta como un mismo perfume. Dos que son uno. Sin porqués. Pero con infinitos motivos. Lo sé, lo siento, lo susurran mis sentidos. Infinitos motivos escondidos, acurrucados, atenazados, dormirdos, muertos. En silencio.

4 comentarios:

  1. "Que se carguen al silencio y que no vuelva a escucharlo..." Feliz regreso bloguero

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  2. "sensanciones" será un error tipográfico (?), pero me gusta el palabro..

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  3. sonidos en silencios.. aveces los grios más grandes son los que no se perciben...

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