- Echo de menos los paseos sin preocupaciones, al lado de un hombre fuerte y extremadamente inteligente, en los que yo habría una bolsa de patatas, y encontraba un juguetito que volaba. Y que se escapaba de mí.
- Echo de menos los partidos en los que comíamos, en los que los balones salían a la carretera y venían rebotados por autobuses.
- Echo de menos deslizarme hacia la derecha mientras me siento en un banco escondido, protegido, situado estratégicamente.
- Echo de menos escuchar la voz bilingüe de los aeropuertos que anuncia vuelos que contienen mil y una historias de mil y un países multiplicadas por el número de pasajeros.
- Echo de menos la sensación de ingravidez que supone el despertarme sin dormir, pero habiendo dormido un sueño infinito con fin en la mañana.
- Echo de menos la música que anunciaba los recreos.
- Echo de menos aquellas lentejas al aire libre en las que una señora cariñosa me hacía ver mi propio futuro.
- Echo de menos las tardes lluviosas en las que una claraboya reflejaba las gotas frías y me refugiaba en un acogedor calor tras el que existían ciudades de tráfico intenso: turismos, camiones, algún que otro aeroplano, y sobre todo, líneas, autobuses.
martes, 4 de diciembre de 2007
Taciturno
¿Ocho cosas? Mal día, melancolía.
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